LA
CANDELARIA
Según el pensamiento bíblico
del Antiguo Testamento, la mujer quedaba “impura” en el momento del parto, por
lo que debía cumplir con un rito establecido para su purificación. Para ello
tenía que esperar 40 días, si daba a luz a un niño, y 80 si daba a luz a una
niña. Después del tiempo esperado, la mujer se presentaba en el templo para
cumplir con el “rito de la purificación”, llevando consigo la ofrenda prescrita
por la Ley, que consistía en presentar dos animales, que en caso de los pobres,
eran dos pichones o tórtolas.
El ritual prescribía el
sacrificio de uno de los animales para que, con su sangre, se rociara al otro y
después se dejara en libertad. Con el precio de la sangre de uno se obtenía la
libertad del otro. Aunque la Virgen María dio a luz a Jesucristo nuestro Señor,
sin perder su virginidad, ella se presentó al templo para cumplir con esta Ley.
María y José llevaban consigo al Niño Jesús como también marcaba la Ley: que a
los 40 días de nacido, todo varón judío debía de ser presentado en el templo.
Desde tiempos inmemorables,
la Liturgia celebra la presentación de María en el templo el día 2 de Febrero, es decir, a los 40 días
después del nacimiento de Jesús. Esta Fiesta tuvo inicialmente un carácter
penitencial y purificatorio, pues las personas se acercaban al Sacramento de la
Reconciliación o Confesión y hacían procesiones.
Tomando en cuenta las
palabras del anciano Simeón, que en el Evangelio llama a Jesucristo “Luz para alumbrar a las naciones…” (Lc
2,28-32), en las procesiones se utilizaban velas encendidas, lo que dio origen
a que se le llamara también “día de las candelas”, “día de las velas” o Candelaria.
En nuestro pueblo hay una
gran devoción a la imagen del niño Jesús, que en la Noche Santa de la Navidad,
se le lleva al Templo, se le “arrulla”, se coloca en el pesebre preparado en
cada casa y, para el día 2 de Febrero, le levanta previamente, se lleva a
“vestirlo” para poder presentarlo ya vestido al Templo; todo esto, muchas veces
va acompañado de un pequeño festejo con “tamales y atole”, muy tradicionales de
nuestra gente. Cuántas devociones tan sencillas, pero tan hermosas, vienen
alimentando profundamente la fe de la gente sencilla, y esto, aunque no es de
ninguna manera “litúrgico”,
sí es apropiado y hasta recomendable mantener éstas prácticas, para incrementar
la fe y devoción en la verdadera fe del Pueblo de Dios.
Uno de los aspectos
importantes que me gustaría tocar aquí es sobre la vestimenta de la imagen del
Niño Dios.
¿Cómo puedo vestirlo? ¿qué ropa le pongo?.
Cuantas veces observamos a personas con muy buena voluntad y buena intención
vestir la imagen del Niño Dios de tantas formas, como por ejemplo, de “ángel”,
poniéndole sus alas, de “San Juditas”, con todos sus colores, de “Papa u
obispo”, con todo y mitra y báculo (insignias episcopales), y hasta de
“futbolista” etc. etc.
Como yo lo digo: se “disfraza” la imagen del Niño Jesús, que es Dios, y que por ser
Dios es mucho más que un ángel, que un santo y que hasta el mismo Papa,
perdiendo muchas veces el verdadero sentido de esta tradición, y de saber de
quién es la imagen que voy a vestir.
Por tanto sería conveniente poner ropita de
niño y no disfraces. Claro
que esto no tiene nada de malo, ni mucho menos decir que es pecado, pero sí
podríamos hablar de la inconveniencia que tiene el “disfrazar” así la imagen de
nuestro Dios y Redentor Jesucristo.
Recordemos, queridos
hermanos, que lo que miramos y cómo lo miramos es muy importante para la
Evangelización de las nuevas generaciones, para no dejar confusión alguna.
Pbro. Mtro. Raúl Zarazúa Sánchez
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