sábado, 23 de febrero de 2013

¿EDUCAR CON GOLPES?


¿EDUCAR CON GOLPES?
 

Realmente existe una gran preocupación saber que todavía existen padres de familia que tienen ideas totalmente falsas y equivocadas respecto a la “forma de educar” a sus hijos, si es que se le puede llamar “educar”, pues piensan que la mejor forma de hacerlo es como, muchas ocasiones fueron “mal educados” ellos mismos, con golpes, jalones, empujones, gritos, insultos, “nalgadas”, pellizcos, cachetadas, etc., y así justifican hoy su propia violencia para con sus mismos hijos, afirmando: “gracias a esos golpes que me dieron mis padres a tiempo, soy una persona honorable y de bien”, nada más absurdo y contradictorio que esto, pues con el maltrato verbal, psicológico, emocional y hasta físico, los niños quedan heridos profundamente, con una autoestima deteriorada y con un resentimiento enfermizo con sus seres queridos. Claro que los padres de familia “golpeadores” lo menos que aceptan es que son abusivos y maltratadores, pues se excusan de mil maneras, diciendo que aunque “de vez en cuando le dan un golpecito a sus hijos, porque sólo así los obedecen y los entienden”, muy lejos de ellos ser maltratadores. Pues lo que hacen (su violencia), lo hacen por “amor y porque les interesa el bien para sus hijos”.

Pegarle al niño es mortificarlo, abusarlo y herirlo; hay personas que piensan que los niños, en ocasiones “necesitan” de una nalgada. Los niños golpeados crecen con profundos temores e inseguridades, se les limita en sus habilidades de ser autónomos y responsables, considerando que el maltrato y el golpe es lo más “normal” para educar dentro de la propia familia. Los niños que son golpeados generan dentro de sí mismos sentimientos de odio, impotencia, coraje, desilusión, humillación y frustración. Se autodefinen no queridos, rechazados, denigrados, sin capacidades positivas, despreciados, solos y constantemente amenazados. Lamentablemente el niño que fue víctima de maltrato y violencia, se convierte en maltratador y verdugo de personas más vulnerables aún, iniciando con compañeros, con relaciones de amistad, de noviazgo, de pareja, hasta llegar nuevamente con los propios hijos, repitiendo así el patrón conductual enfermizo y lacerante, de generación en generación.

Un golpe jamás ayudará, y mucho menos educará, sin embargo, lastimará profundamente, sin llegar a corregir lo que se pretende corregir. Cuántas veces se piensa, en un gran sector de personas, que el respeto es lo mismo que el miedo y el temor, pues el padre o la madre de familia que cree que puede imponer “respeto” a través del maltrato, el golpe y la humillación, está tomando un camino totalmente equivocado. Nadie tiene el derecho de abusar o someter a otro ser humano, o de golpearlo, torturarlo, humillarlo o avergonzarlo. En muchas familias, desgraciadamente se les olvida que los niños son, ante todo, seres humanos que merecen todo nuestro respeto, amor y comprensión. Cuando el niño es maltratado, asocia a su familia que lo agrede con el peligro, y no puede amarlos a plenitud, ni podrá confiar en ellos.

La confianza, la comunicación, el amor y el respeto, van desapareciendo, desarrollando sentimientos negativos y emociones contrarias dentro de la misma persona que es víctima de maltrato y golpes. No solamente la repetición de conducta violenta es lo que desemboca a ser padres golpeadores, sino que muchas veces es la falta de manejo de las propias emociones y manejo de la ira, lo que desencadena esta actitud que destruye siempre a sí mismo, así como a los demás. Debemos de pensar que educar a los hijos será la gran “empresa” de los padres de familia, y que siempre debe estar enmarcada esta educación dentro de los parámetros del respeto, disciplina, y sobre todo, amor. El primer patrón de conducta que identificarán como algo propio y lo reproducirán en la mayoría de los casos, es el de los padres, que se convierten en modelos perfectos a seguir.

Estamos llamados a poner límites con respeto, y sobre todo a educar a los hijos, enseñarles que todo acto trae consigo una consecuencia, a veces a favor, y en ocasiones en contra, según el propio actuar. Aprender que las “consecuencias” de determinada acción, en particular, cuando se transgreden los límites, no serán humillantes, denigrantes y violentas. Es importante premiar y reconocer el esfuerzo del niño, aunque no satisfaga nuestras expectativas rígidas e inflexibles como papás. Aprender a premiar lo bueno, más que “castigar” lo malo. Por tanto, cambiar el nombre de “castigo” por “consecuencia” sería lo más oportuno, pues la palabra “castigo” remonta a un ser malo y justiciero que lo ejecuta, en este caso el que impone el castigo, mientras que la “consecuencia” es el resultado responsable de las propias decisiones. Así la consecuencia en lugar de ser el “castigo” de lo mal hecho, será la falta de “premio” o estímulo positivo, por el acto negativo que se cometió. De este modo, los niños aprenderán el verdadero respeto y amor dentro de su educación, sabiendo que se tendrán siempre normas y existen límites para ajustar la propia vida y poder convivir en armonía y respeto con todos los demás.

 

Pbro. Mtro. Raúl Zarazúa Sánchez