LA CUARESMA
La
Cuaresma es el tiempo litúrgico de la conversión que marca la Iglesia para
prepararnos a la gran fiesta de la Pascua de Resurrección. Es tiempo para
arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser
mejores y poder vivar más cerca de Cristo.
También
para nosotros, como fue para los israelitas aquélla travesía por el desierto,
la Cuaresma es el tiempo fuerte del año que nos prepara para la Pascua de
resurrección del Señor, cima del año litúrgico, donde celebramos la victoria de
Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal, y por lo mismo, la Pascua es la
Fiesta de alegría, porque Dios nos hizo pasar de las tinieblas a la luz, de la
esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida.
La
Cuaresma ha sido, es y será un tiempo favorable para convertirnos y volver a
Dios Padre lleno de Misericordia, si es que nos hubiéramos alejado de Él, como
el hijo pródigo (Lc 15,11-32), que se fue de casa del padre y le ofendió con
una vida indigna y desenfrenada. Esta conversión se logra mediante una buena
confesión de nuestros pecados. Dios siempre tiene las puertas abiertas de par
en par, y su corazón se le rompe en pedazos mientras nos comparte su amor hecho
perdón generoso. ¡Ojalá fueran muchos los pecadores que valientemente volvieran
a Dios en esta Cuaresma para que una vez más experimentaran el calor y el
cariño del Padre Dios.
Si
tenemos la gracia de seguir felices en la casa paterna como hijos y amigos de
Dios, la cuaresma será entonces un tiempo apropiado para purificarnos de
nuestras faltas y pecados pasados y presentes que han herido el amor de ese
Dios Padre; esta purificación la lograremos mediante unas prácticas
recomendadas por la Iglesia; así llegaremos preparados y limpios interiormente
para vivir plenamente la Semana Santa, con toda profundidad, veneración y
respeto que se merece. Estas prácticas son el ayuno, la oración y la limosna.
Ayuno
no sólo de comida y bebida, que también será agradable a Dios, pues nos servirá
para templar nuestro cuerpo, a veces tan caprichoso y tan relajado, y hacerlo
fuerte para que pueda acompañar al alma en la lucha contra los enemigos de
siempre: el mundo, el demonio y nuestras propias pasiones desordenadas. Ayuno y
abstinencia, sobre todo, de nuestros egoísmos, vanidades, orgullos, odios, perezas,
murmuraciones, malos deseos, venganzas, impurezas, iras, envidias, rencores,
injusticias, insensibilidad ante la miseria del prójimo. Ayuno y abstinencia,
incluso, de cosas buenas y legítimas para reparar nuestros pecados y ofrecerle
a Dios un pequeño sacrificio y un acto de amor; por ejemplo, ayuno de
televisión, de diversiones, de cine, de fiestas y bailes durante este tiempo de
cuaresma. Ayuno y abstinencia de muchos medios de consumo, de estímulos, de
satisfacción de los sentidos. Ayuno y abstinencia de críticas, murmuraciones,
altanerías, etc. este tipo de ayuno es mucho más meritorio ante los ojos de
Dios, pues exige mucho más esfuerzo, más dominio de nosotros mismos, más amor y
buena voluntad de nuestra parte.
La limosna no se reduce a lo que podemos dar, tal vez, al pobre
mendigo de la esquina, o lo que podemos dar en el templo. La limosna tiene que
ir más allá: prestar ayuda a quien la necesita, enseñar al que no sabe, dar un
buen consejo al que nos lo pide, compartir tiempo y alegrías, repartir amor y
sonrisas, ofrecer nuestro perdón a quien nos haya ofendido. La limosna es esa “actitud”
a compartirlo todo con generosidad, significa actitud de apertura y
disponibilidad, pero con amor y generosidad, recordemos a San Pablo: “Si repartiera todos mis bienes, si no
tengo amor, nada me sirve” (Cor 13,3). También San Agustín escribe: “Si extiendes la mano para dar, pero no
tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes
misericordia en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano,
Dios acepta tu limosna”. Para lograr esto, necesitamos de Dios, a través de
la Oración sincera, ferviente y
constante.Vivamos esta Cuaresma con intensidad, amor y devoción.
Pbro. Mtro. Raúl Zarazúa Sánchez
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