EL PECADO
El pecado es una ofensa a Dios y una
falta contra la razón, la verdad y la conciencia recta. Es una falta al amor
verdadero que debemos a Dios, a nosotros mismos y al prójimo, a causa de un
apego perverso a ciertos bienes que aparecen como atractivos por efectos de la
tentación, pero que en verdad son dañinos para el hombre.
Por eso, el Siervo de Dios Juan Pablo II, señala que el pecado, bajo la
apariencia de "bueno" o "agradable", es siempre un acto
suicida.
Los pecados son las malas acciones que absolutamente
deben evitarse. Ellos constituyen el mayor mal, aunque el hombre de hoy parece
no tener de ellos una clara conciencia, ya que el mayor pecado en nuestra
actualidad es que los hombres han perdido el sentido del pecado.
En el relato bíblico sobre el paralítico,
Jesús dice: "Has sido curado; no vuelvas a pecar", (Jn.5:14).
Es evidente, que para la Sagrada Escritura, se identifica la enfermedad, como
consecuencia del pecado; por supuesto que no es así, en realidad. El pecado es
el cáncer del alma, rompe la relación con Dios y corta en nosotros el hilo de
la vida, es decir, desarmoniza y desequilibra todo el ser. Como la enfermedad
debilita y destruye el cuerpo, así el pecado es aquél cáncer espiritual que
debilita y mata la vida del espíritu.
Un pastor cuidaba a su rebaño con esmero,
lo llevaba a los pastos más verdes y a los bebederos, todas las ovejas lo
seguían armoniosamente. Un turista observaba todo y admirado le preguntó: ¿Las
ovejas siempre lo siguen obedeciendo su voz? Si, le respondió, excepto cuando
alguna se enferma, entonces sigue a cualquiera.
La enfermedad del alma, el pecado no
permite escuchar y seguir la voz de Cristo y seguirlo obedientemente. Al estar
enfermos espiritualmente seguimos a cualquiera, porque ya no reconocemos la voz
de Cristo.
El pecado rompe la armonía, la sintonía
con Dios; nos quita el amor a Dios; nos quita el gusto por las cosas de Dios,
el gusto por la oración, por la Divina Liturgia, por la lectura de la Biblia.
Infiltra la duda, la desconfianza sobre la misericordia y el amor de Dios;
genera el vacío, la tristeza, la angustia, la depresión. Se rompe la armonía
que proviene de la intima unión con Dios.
Con el pecado entra el espíritu de queja y
protesta. Es una constante infalible que cuando alguien se queja contra el
Papa, contra los sacerdotes, acusa a la Iglesia de retrógrada, que no se
actualiza, etc, siempre detrás se esconde algún pecado grave, con frecuencia el
aborto, divorcio, concubinato, infidelidad matrimonial, relaciones
prematrimoniales, etc. Se trata de justificar la conducta pecaminosa atacando a
Dios, a los ministros y a la Iglesia.
Puede suceder que estemos tan hundidos en
el pecado, tan atrapados que perdemos la capacidad para salir, liberarnos.
Necesitamos a alguien que nos ayude, a un salvador que nos tienda la mano y nos
diga: “Yo te perdono, ven a mí, ven conmigo, levántate y camina”.
Ese alguien, ese salvador es Cristo, el
Buen Pastor, que busca a la oveja perdida y herida, la pone sobre sus hombros y
la trae nuevamente al rebaño.
Cristo a través de su Iglesia nos sana,
nos consuela, nos levanta, nos perdona, pidiéndonos que no pequemos más, para
que no nos sucedan peores cosas todavía, (Jn. 5:14). La confesión es un gran
don, un precioso regalo de Dios para nosotros, es la clínica del alma, donde
Cristo derrama su misericordia, toma nuestros pecados, los clava en la cruz y a
cambio nos regala vida en abundancia y gozo.
Así como el pecado
enferma, nos aleja de Dios, nos hunde en la enfermedad espiritual, infiltrando
un espíritu de queja y negatividad; la gracia y el amor de Dios transforman la
vida. Tomemos como ejemplo a alguien que se enamora, todo a su alrededor es
hermoso, la gente parece más buena, el sol brilla más intensamente, las flores,
los pájaros, todo es más armonioso. En realidad nada ha cambiado objetivamente,
todo sigue igual, pero su corazón tiene otra mirada y ve todo maravilloso.
Busquemos la Reconciliación y el Gran Amor
que Dios nos regala; cada vez que nos acerquemos al Sacramento de la Confesión,
el Sacerdote, Ministro de la Iglesia y con el poder de Jesucristo nos
perdonará, en su nombre todos nuestros pecados y nos devolverá la Gracia y la
Amistad con Dios.
Pbro. Mtro. Raúl Zarazúa
Sánchez
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