LA PASCUA DE RESURRECCIÓN
La palabra Pascua viene del idioma hebreo
(pesáh) y del griego (pascha). La palabra Pascua significa “paso, salto”. En el pueblo hebreo, antes
de nuestro Señor Jesucristo, la pascua era una fiesta de pastores en la que se
sacrificaba un cordero para pedir la fecundidad. Después pasó a celebrar la
liberación del pueblo de Dios de la esclavitud de Egipto. En la Pascua los
hermanos judíos celebran “el paso” (Pascua) del Mar Rojo, del pueblo hebreo,
hacia la liberación de la esclavitud. Para nosotros los que creemos en
Jesucristo como Hijo de Dios y Redentor nuestro, celebramos esta Pascua con
otro contenido, por ser la Fiesta más importante de toda nuestra fe, ya que
celebramos el “paso” de nuestro Señor Jesucristo de la muerte a la vida. La
Pascua para nosotros es la celebración de la Resurrección de Jesús.
El Señor Jesús, muerto y Resucitado es nuestra nueva Pascua. Esta es la base
fundamental de nuestra fe, el hecho real, histórico, que trasciende todo los
tiempos, los lugares y las personas. Los Evangelios dan testimonio de este
acontecimiento: Jesús, Hijo del Eterno Padre, toma la decisión de salvar a la
humanidad del pecado y de la condenación eterna, esa es la razón por la que se
encarna en el seno purísimo y virginal de María, para mostrarnos la totalidad
de la revelación de Dios y que no quedara nada oculto, ni velado, así como para
mostrarnos el verdadero camino que conduce a la Vida plena, pero sobre todo,
para cargar sobre sí los crímenes de la humanidad, subiendo al patíbulo de la
cruz, para destruir la fuerza del pecado, y vencer al enemigo que nos tenía en
su poder, y al resucitar, abrirnos las puertas de la Vida Eterna que fueron
abiertas a precio de sangre redentora de Jesús y mostrarnos que la muerte fue
vencida gracias a su gloriosa y extraordinaria Resurrección y que nos hace
partícipes de esa gran dicha, de resucitar junto con Él a la vida eterna.
Pero
no sólo debemos esperar esta resurrección, cuando muramos en este mundo, ya
aquí y ahora, con la gloriosa Resurrección de Jesús, poder dar, a nivel
personal este “paso” (pascua), de la vida de pecado a la vida de la Gracia, de
la desobediencia a la obediencia de Dios, del hombre viejo, inclinado al pecado
y sus consecuencias, al hombre nuevo, revestido de gracia y de virtud, llevando
una vida acorde a lo que el Señor Jesús me conquistó y ganó para mí.
Creemos
en un Jesús muerto y resucitado, vivo y presente en medio de su Iglesia, que
seguirá actuante hasta la “consumación de los tiempos”. Un Jesús vivo que sigue
siendo fiel a sus palabras: “Yo soy la
Resurrección y la Vida, el que crea en mí, aunque muera, no morirá para
siempre, pues Yo lo resucitaré el último día”.
Un
Jesús vivo y resucitado, realmente presente en medio de la Asamblea cristiana,
un Jesús operante en su Palabra que nos sigue dirigiendo y explicando, un Jesús
realmente presente con toda su humanidad, con toda su divinidad, con todo su
amor, con todo su perdón, con todo su consuelo, en una palabra, con toda su
misericordia en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Un Jesús presente
cuando la comunidad se unifica en la oración y la alabanza: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del
mundo”, y también: “Donde dos o tres
se reúnen en mi nombre, ahí estaré yo”.
Claro
que la Resurrección del Señor Jesús va más allá de la fe de los que creemos en
Él, o del simple recuerdo. La Resurrección del Señor es lo que realmente
aconteció en la historia, Él ha vencido la muerte y el pecado al resucitar,
porque “verdaderamente es el Hijo de Dios”. ¡Aleluya,
Aleluya, el Señor ha Resucitado, Aleluya, Aleluya!
Pbro. Mtro. Raúl Zarazúa Sánchez
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