ESPOSO
CASTÍSIMO DE MARÍA Y
PADRE
ADOPTIVO DE JESÚS
A
San José, Dios le encomendó la inmensa responsabilidad y privilegio de ser
esposo de la Virgen María, padre adoptivo de Jesús y custodio de la Sagrada
Familia. Por eso es el santo más importante, después de María Virgen, pues
estuvo íntimamente más unido y más cerca de Jesús y a la Virgen Santísima.
Su
Festividad de celebra en toda la Iglesia el 19 de Marzo, con gran gozo y
entusiasmo. El Buen San José nos lleva inmediatamente a Jesús y a María la
Virgen, es imposible disociarlo de ellos. Su vida está de tal manera unida a la
del Salvador y a la de su Madre, que sin ellos no tiene razón de ser. Dios le
confió los primeros tesoros de la salvación, y él fue el primer beneficiario de
esta salvación, con la mayor gracia del cielo.
Si
la santidad no es otra cosa que la unión con Dios, si el mayor crecimiento de
la santidad la da el amor a Dios. Y José desposado con la Virgen María, murió
en los brazos de Jesús, el Dios hecho hombre, por eso la Iglesia lo proclama
como Patrono y defensor de esta, y al mismo tiempo como patrono para obtener
una buena muerte, asistido por la Santísima Virgen María, en los brazos de
nuestro Divino Redentor, Jesucristo.
José,
padre virginal y casto de Jesús, amó a Jesús como un auténtico hijo, como nadie
lo ha amado en el mundo, después de María Santísima.
La
gracia que Dios daba a José estuvo siempre en proporción de la altura de su
propia misión, y misión tan grande como la que Dios le confiaba a José, que no
se la ha confiado jamás a ningún otro mortal.
Cualquiera
diría que al hablar así, nos dejamos llevar por un entusiasmo fácil, y que la
vida de San José discurrió toda ella por un camino sembrado de rosas.
Ciertamente que no hemos de quitar la poesía entrañable que encierra la vida de
José en Nazaret, pero el Evangelio nos dice cómo desde los primeros contactos
de José con Jesús, estuvieron marcados con la angustia y la preocupación. Para
entenderlo, hay que saber leer entre líneas del Evangelio de Mateo. María ha
regresado de su visita a Isabel, su anciana prima, y viene a Nazaret con los
síntomas indiscutibles de la maternidad. María Santísima es incapaz de una
infidelidad, pero el hecho está ahí bien claro… ¿qué hacer? José no duda de
María, se le parte el corazón al tener que tomar una resolución definitiva.
¿Dejarla en secreto?, y Dios interviene decisivamente, cuando se le aparece y
le dice: “José, descendiente de David,
no temas quedarte con María tu esposa, porque la creatura que lleva dentro es
por obra del Espíritu Santo. Te dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre
Jesús, porque él salvará de los pecados a su pueblo”. Resueltas todas las dudas, José asume toda la
responsabilidad que Dios le encomienda. Cuidará de María y la guardará intacta
para el Señor. En Belén, en Egipto, en Nazaret, se multiplicarán sus
inquietudes, pero será siempre el fiel custodio de Jesús.
Enseñará
un oficio a su hijo querido, lo formará hombre, se preocupará por todo lo
necesario para su total desarrollo…Jesús le corresponderá con cariño inmenso,
lo llamará ¡papá! A boca llena, y será el mismo Jesús quien recoja el último
suspiro de José y ponga su alma en las manos de Dios su Padre.
Al
examinar la vida de José a la luz del Evangelio, notamos a la primera que el
Evangelio no nos conserva ni una palabra de José, porque José hace, no habla.
José recorre el camino de la fe cumpliendo con fidelidad todos los oficios de
padre con el Dios encarnado. Circuncida a Jesús, le impone el nombre, lo
encuentra una vez perdido, en el templo, lo salva y cuida en la huida a Egipto.
En Nazaret mantiene, educa y enseña a trabajar al Hijo de Dios hecho hombre, de
modo que este se desarrolle y crezca en sabiduría y en gracia delante de Dios y
de los hombres.
El
contacto con la divinidad de Jesús, escondida en su cuerpo como muchacho,
influye de modo extraordinario en la vida de José, que mientras trabaja está
unido siempre a Dios y su unión con Dios le lleva a trabajar siempre más por el
mismo Dios. José es el modelo más perfecto que tenemos de trato íntimo con
Jesús, de trabajo asiduo por Jesús, de oración íntima en una vida escondida con
Cristo en Dios.
Hoy
desde el cielo, San José sigue custodiando a la familia de la Iglesia,
acojámonos a su poderosa intercesión, que él nos llevará en sus brazos, como
llevó a Jesús.
Pbro. Mtro. Raúl Zarazúa Sánchez
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